Hola todos. No quiero dejar de compartir con ustedes una anécdota que viví hace un par de meses en el Centro Histórico de Quito (la carita de Dios) … Después de muchos meses de confinamiento a causa del Covid-19 y con la tímida confianza de haber recibido mis dos dosis de vacuna, salí en compañía de una querida sobrina, a buscar una muy específica artesanía religiosa que necesitaba comprar. Para eso hay que ir a la Plaza Grande, a San Francisco, a la calle Rocafuerte o a la Ronda, en fin, hay que ir al Centro Histórico de Quito, patrimonio Cultural la Humanidad.
No encontré lo que buscaba. No obstante, la vida nos tenía guardada una sorpresa inimaginable como recompensa a nuestro (hasta entonces) prolongado e inútil periplo por esas legendarias calles. Entramos en una tienda común y silvestre como son la mayoría de las tiendas para turistas, justamente debajo de la iglesia, ahí donde Cantuña, con ayuda del mismo Lucifer terminaron en una sola noche la construcción del magnífico atrio.
En su conjunto, la Iglesia y el Convento de San Francisco se construyeron sobre las ruinas del palacio de Rumiñahui, quien ante la amenaza de la conquista española decidió incendiarlo y cubrirlo con despojos. Su reconstrucción inició en el año 1.537 y fue inaugurado oficialmente en 1.705, un total de 168 años (poco tiempo para tanta majestad). En cuyos cimientos quedaron la vida y el alma de cientos de obreros y artistas de la construcción (demasiados para levantar una iglesia y un convento), con una superficie de 8.625 metros cuadrados, aproximadamente.
Artesanía hermosa, fina de muy buen gusto y con precios inalcanzables para mi presupuesto se exhibía en el frontis de la tienda, y nos invitó a entrar en el pequeño local. ¿Pequeño? ¡De ninguna manera!
Al instante de ingresar una muy atenta y conocedora anfitriona nos guió en un rápido recorrido por el lugar y luego nos sugirió pasar por una angosta puerta abierta hacia el lado izquierdo, para que continuemos observando la muestra expuesta. “En fila de una sola persona, por favor“ nos dijo y, de pronto, apareció ante nuestros incrédulos ojos un prodigio que nunca sospechamos siquiera que existía y eso que somos quiteñas por nacimiento, por convicción y por vocación…. Estábamos debajo del templo, de su Altar Mayor, en las mismísimas catacumbas, oscuras, húmedas y estrechas…, profundas hasta el fondo mismo de la plaza, hasta sus entrañas. Avanzan y terminan a la altura de la calle Imbabura, en el extremo occidental de la plaza. Se conservan en perfecto estado, bellamente decoradas, custodiando entre sus invaluables paredes repletas de historias, cucos y fantasmas, la belleza, color, armonía, extravagancia y sencillez salidas de las manos de hábiles artesanos, orfebres y artistas ecuatorianos, provenientes de todos los rincones de la patria, quienes conocen y cultivan cultura, tradiciones y creatividad muy difíciles de igualar o superar.
Lo mejor de todo fue constatar que estaban ahí, plenamente representados, “el embrujo del Centro Histórico” y “el encanto de los cuatro mundos” que elevan la autoestima de los ecuatorianos y reivindican nuestra mesticidad indo hispánica.
Cuando vengan a visitar la “Carita de Dios”, ¡por Dios!, no se pierdan esta mística y mítica experiencia.
Los espero la próxima semana y, hasta tanto, recibiré gustosa sus valiosos y orientadores comentarios. Muchas gracias por asistir puntualmente a los siguientes encuentros.
nendarag